Encerrado, solo, con falta de aire, sensación de angustia, una
opresión dura en el pecho, como si llevara una piedra encadenada al cuello e
intentara caminar sin poder moverme del mismo lugar, combatiendo con unas ganas
locas de dejarse morir vs el instinto de supervivencia, pensamientos devastadores
que van y vienen, insomnio y la necesidad de parchear ese estado por el miedo
profundo a lidiar con él, pues nada se siente más parecido a la muerte que el
dolor del alma y saber que aún sigues vivo.
No es drama, solo trato de describir
lo más cercanamente posible lo que sentí en los momentos más vulnerables de mi
vida, de los cuáles tuve dos capítulos durante esta cuarentena.
Pero ¿por qué escribo sobre esto? Lo hago porque se que
TODOS en algún momento han pasado o están pasando por ello, y no le encuentran
sentido a lo que les sucede tanto así que creen que algo anda mal en ellos y no
es así.
He vivido varios eventos traumáticos desde mi niñez, de
todos salí fortalecido, y aprendí a ser resiliente sin saber que lo hacía, y
tal vez me costó más que a la mayoría lidiar con mis demonios internos sin
intentar suicidarme, porque de algún modo esa divina deidad a la que yo llamo
Dios me sostuvo en todo momento.
Justo acabo de ver un vídeo que luego compartiré sobre la
resiliencia frente a los eventos traumáticos, y el fin de semana pasado en una
entrevista platicaba con una invitada sobre lo terapéutico que es transmutar el
dolor para luego convertirlo en una obra de arte, pero a su vez de que nada de
esto podría lograrse si primero no se tiene la valentía suficiente de abrazar
nuestra verdad cuando nos encontramos en esos momentos tan vulnerables donde
pareciera que la vida se nos escapa en el aliento.
Para esto queridos lectores, podría hablar desde muchas
aristas sobre este tema, pero en este artículo me quiero enfocar en el hecho de
que “aquello que se resiste persiste” y si no aprendemos a lidiar con la
incomodidad del dolor, de la herida, de la verdad de nuestra fragilidad en el
momento en el que atravesemos por ella, la vida se encargará a golpes de
hacernos aprender la lección hasta que decidamos empezar a hacernos cargo de
nosotros mismos, escucharnos, prestar atención a esos estados sin necesidad de
entrar en la histeria, pero más bien con paciencia, comprensión y misericordia
hacia nosotros.
Durante décadas hemos vivido en la cultura del sprint, de lo
rápido, del “lo necesito para ayer”, del “estoy full”, del solo seré valios@
por el que tan ocupado esté. Pues lamento deciros queridos que ese viejo sistema
caducó y nos encaminamos a un nuevo orden mundial, en ese sentido.
Sé muy bien lo que es eso, pues estuve en el mismo ojo de la
tormenta, pero después de tanto leer y escuchar a coaches, filósofos y terapeutas,
caí en cuenta que no podía postergarme más tiempo y aprender a lidiar con ese “dolor”
simplemente PARANDO.
Sí así es, parando, soltando el control, permitiendo que la
vida pase sin que yo haga nada al respecto, y lidiando con esa incomodidad de “no
poder hacer nada”.
Frente a eso la impotencia y la incertidumbre que ese tipo
de estados provoca son nuestras más grandes maestras, pues solo nos queda como
última alternativa mirarlas cara a cara y lejos de creer que nos destruirán
abrazarlas.
Es como la sensación que produce el dar un salto al vacío,
sin ningún tipo de seguridad y arnés, confiando en la vida y la divina providencia,
UN SALTO DE FE.
De algún modo siempre he tenido oportunidad de ejercitarme
en el arte de la resiliencia, pero jamás como en este tiempo. Un tiempo donde
no tuve la menor alternativa de parchear el dolor, sino de hacerle frente solo,
sin movimiento ni de mi parte ni del mundo, en un momento donde ni siquiera
tenía la excusa de uír porque no tenía donde, y el mundo estaba paralizado.
Es curioso como un virus tan pequeño nos ha dado tantas lecciones
de vida en apenas casi 60 días, lecciones que a muchos les puede costar años de
aprendizaje, la vida quiso aleccionarnos en un intensivo del cuál muchos
saldremos renovados, con una nueva mentalidad, y los que no, pues
lamentablemente deberán aprender a adaptarse frenar y lidiar con ellos mismos,
porque a partir de esta nueva era solo primará la verdad y la autenticidad, por
lo cual es impositivo entrar en este proceso de autoconocimiento a través de
lidiar con nuestra vulnerabilidad, porque es lo que somos “seres humanos
vulnerables” y partiendo de ahí construir un nuevo mundo, porque si pretendemos
seguir construyendo desde la mentira del “soy fuerte mírame cómo lo hago” esta
vez más temprano que tarde ese nuevo “castillo de naipes” terminará por
derrumbarse.
Por tu evolución.
Atte.
Carmar Kuri.
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